viernes, 17 de octubre de 2008

UN DESCONSOLADO ARRIBO

Mil preguntas rondaban por la cabeza de Jorge, sentado en esa calle gris, sin amigos y una persona al menos con quien hablar. Sus lágrimas aún brotaban a borbotones y sólo, podía mirar el cielo y tratar de encontrar la estrella que su madre le indicó que mirara cuando estuviera triste y pensara que allí estaba ella presente, esa iba a ser su forma de comunicarse cuando estuviera lejos. Pero ni las estrellas, el pensar en el último abrazo que le dio a doña Rosa y el poco dinero que le brindó antes de su viaje, junto con su ropa, lo podían consolar.
El sólo recordar todas las ilusiones que se hizo al tener esa nueva oportunidad de trabajo, la cual no era la mejor, pero que representaba su única esperanza ante su precaria situación, con una buena remuneración económica, lo hacían maldecir, pero ya no podía hacer nada.
- Maldigo la hora que decidí dejar mi país, mi mamá y mi casa, para estar aquí tirado como un perro, al menos allí tenía donde llegar, comer y dormir-
- ¿por qué a mí? ¿por qué yo Dios mío?, eran sus preguntas en esa noche de primavera.
Y es que Jorge, a pesar de haber crecido en medio de necesidades, a las afueras de Bogotá, en un barrio de invasión, cerca de Suba, en ese entonces un pueblito aledaño a la capital, hoy una localidad; nunca se imaginó aguantar hambre y dormir en un andén.
Su vida transcurría dentro de sus precarias condiciones, normal. Él era el mayor de tres hijos, dos hombres y una mujer, vivía junto con sus hermanos, padres y sus abuelos maternos, es decir siete personas en una casa pequeña, hecha de madera y tejas de zinc.
Su padre trabajaba en construcción y cuanto oficio de fuerza saliera; su madre cuidaba de todos en la casa, lavaba y planchaba ropa ajena, pero a pesar del poco dinero y en medio de tantas necesidades, Jorge alcanzó a terminar la primaria, toda una proesa para los años 60´s, época en que Jorge vivía su juventud y se enfrentaba al mundo de la adultez.
Contaba con 19 años y ayudaba a su padre en toda labor que saliera, y precisamente ayudando a su papá a vender sombreros por las calles de Bogotá, hasta donde se trasladaban juntos para conseguir dinero a punta de trabajo, fue donde se encontró con los volantes y a un grupo de soldados que le ofrecieron una opción de trabajo con servicio de salud, buen sueldo y un seguro de vida……………………integrar las fuerzas militares y salir del país.
Pero la situación no mejoraba y cada día se hacía más difícil, conseguir dinero para comer y durante esos días, se acostó en varias oportunidades, habiendo comido sólo un bocado de comida al día. Al menos eso tenía y no esa soledad, abandono, desazón y tristeza que lo embargaba al estar sentado en ese callejón de la que todos llaman “La Gran manzana”.
Toda esta situación la estaba viviendo, al haber pensado, que esa solución mágica que le ofrecieron en las calles de Bogotá, la cual pensó él, le iba ayudar a solucionar sus problemas.
Eran finales de los 60´s y en el mundo aparecían nuevas guerras y con ellas, la de Korea, la cual vinculó a cientos de jóvenes a nivel global y Colombia decidió hacer parte de ella y contribuir con varios hombres.
Jorge, con ilusión y a pesar de las lágrimas de doña Rosa, decidió tomar parte de este conflicto, con la esperanza de que su situación mejorara, es así como averiguó los requisitos para enrolarse en ese viaje y no le presentaron inconvenientes, situación extraña para él, pues su visión era reducida, usaba gafas que se conocen como “Culo Botella”, su dentadura no era la mejor, pero era joven, alto y fornido. Ante esta situación y las buenas expectativas que le dieron, procedió a diligenciar los documentos y preparase para su viaje, luego volvió a su casa y comentó a su familia la “buena nueva”, que representaba su tabla de salvación.
Las lágrimas no se hicieron esperar por parte de su madre a quien tanto quería Jorge y hasta su papá, que lo abrazó con mucha fuerza, como no lo había hecho antes. La noche previa al viaje, doña Rosa, le ofreció, una despedida con comida y unos tragos, todos lloraron, lo abrazaron y recibió y unos pocos regalos, dos mudas de ropa completa y unos pocos ahorros. Su madre lo llevó hasta el patio de la casa, para que mirara la noche estrellada y le propuso su código de comunicación a distancia.
Y llegó el día del viaje, se presentó en centro de reclutamiento, allí se encontró con al menos 200 jóvenes, igual de expectantes que él. Pronto salieron hacia el aeropuerto para tomar el vuelo que lo llevaría, primero hasta Nueva York y luego hacia Korea.
Una sensación de vacio y ansiedad le produjo el subirse al avión y volar, algo que nunca había experimentado, todo se confundía con sus ideas y proyectos, si todo salía bien, después de que volviera de la guerra, más o menos en un año, como le habían indicado. Se imaginaba cómo iba a gastar el dinero que se iba a ganar.
Arribaron al Nueva york, después de cinco horas de viaje, en el aeropuerto, los recibió un convoy militar de Estados Unidos, que los trasladaron a una zona militar; todos hablaban en inglés, idioma que Jorge no manejaba, pero había un intérprete quien les explicaba las órdenes en español. Aún obnubilado por los edificios de la ciudad y el tráfico que alcanzó a ver tumbo a las pruebas, quedó en el último grupo que iba a presentar las diferentes pruebas.
Presentó una por una las pruebas y lo dejaron a un lado del salón, un mal pensamiento le hacía sudar a litros y fue el único de su grupo que se quedó en los dichosos exámenes. Esperó paciente una respuesta, aunque auguraba lo peor, pronto terminaron las pruebas y Jorge con una angustia que lo consumía por dentro, se acercó al traductor y le preguntó por su situación, la respuesta no pudo ser peor.
- Joven usted no es apto, así que puede irse
- Esta bien, pero ustedes me trajeron, me llevan de nuevo, ¿cierto?
- No, si hubiese pasado si, pero como su condición no nos sirvió, ya no es nuestro problema.
- Pero yo no tengo dinero, no se como irme, no hablo inglés, ¿qué hago?
- Haga lo que quiera y pueda, usted ya no es nuestro asunto, puede irse.

A pesar de las miles de explicaciones que pidió y los gritos que profirió, no fue escuchado y ante esta negativa decidió salir del sitio de reclutamiento a deambular por las calles de nueva York, con muchas preguntas sobre su futuro, sus planes rotos y decepcionado. Nunca había sentido tanto dolor, ni siquiera el día que un caballo lo pateó y le tumbó varios dientes.
Seguía sólo, apesadumbrado e inconsolable, en ese instante tomó su maleta y revolvió su ropa, entre ella encontró una estampita de la virgen del Carmen, de la cual su madre era devota y la apretó contra su pecho, miró al cielo y se dio cuenta que estaba amaneciendo y el sol destellaba sus primeros rayos, volteó su cabeza y pudo divisar una torre con una cruz, es una iglesia pensó, de inmediato se levantó y corrió hacia el lugar.
Arribó a la iglesia y una mujer con un acento acosteñado, pensó Jorge, lo recibió amablemente y lo llevó hasta donde el sacerdote……..por fin contó con suerte, la mujer hablaba español y el cura aunque con dificultad también lo hablaba.
Sintió tanta satisfacción al encontrar personas que lo escucharon y por esto se arrodilló frente al altar y rezó un padrenuestro que su madre le había enseñado y pocas veces lo hacía. El sacerdote y la mujer que lo observaban con sorpresa y asombro, pero pronto se acercaron a calmar su estado de efervescencia.
Ya en calma Jorge, pudo contar bien su historia al cura Roberto nativo de Italia y su empleada Amanda de origen Cubano, quienes lo escucharon con gran estupor, le sirvieron alimentos para llenar el estómago hambriento y lo tranquilizaron con sus palabras.
Roberto el sacerdote le preguntó a Jorge sobre qué oficio sabía desempeñar y él le referenció los oficios en los cuales trabajaba junto con su papá en Colombia, el cura pensativo lo observaba tratando de encontrar una solución para ayudarlo a conseguir un trabajo justo y con ello dinero para su manutención.
- Y ¿sabes de jardinería hijo?
- Pues no, pero yo desyerbaba el potrero cercano a mi casa.
- Perfecto, entonces te voy a presentar a unos feligreses de la iglesia que necesitan de tus servicios, eso si, ellos hablan muy poco el español.
- El manejo del idioma es un tanto complicado, pero ya te acostumbraras. Yo me sé comunicar en inglés y llevo poco tiempo aquí, infirió Amanda.
Y por primera vez, después de la extensa conversación, Jorge reparó en esa morena de ojos color miel, cabello ensortijado y grandes caderas, que le hablaba.
- Pero si deseas, yo te puedo colaborar para que te comuniques con los demás. Te voy a enseñar lo básico.
- ¿De verdad, me enseñarías?
- Bueno si, pero puedes al igual que yo tomar los cursos de Inglés, que se dictan aquí en la parroquia, son muy buenos.
Además de bonita resultó amable Amanda, pensó Jorge. Emocionado y agradecido, abrazó al sacerdote, quien lo trasladó a unas casas cercanas de la iglesia, le presentó a los que serían de ahí en adelante sus patrones y el lugar donde se iba a quedar mientras se acoplaba a la ciudad y decidía qué hacer con su vida, bien fuera regresarse para Colombia o echar raíces en Estados Unidos.
Ahora se encontraba sentado en el catre de esa pequeña habitación, sacó la estampita de la virgen del Carmen, que doña Rosa, sin él percatarse, le había guardado entre su ropa. Le agradeció a ella el milagro de haberse encontrado con personas amables, que le tendieron la mano y le colaboraron; en este caso el curita Roberto, quien había fundado esa casa para inmigrantes, en su mayoría latinos, que igual que Jorge habían llegado a buscar el sueño americano y se tropezaron con que “No todo lo que brilla es oro”. Esa iba ha ser de ahora en adelante la morada de este joven colombiano y allí, al menos ya tenía donde dormir, comer y una oportunidad de buscar trabajo para mantenerse.
Así fue la llegada de Jorge a Nueva York, un joven esperanzado, a quien se le truncaron sus planes, pero la vida le dio una nueva oportunidad de vivir y madurar sólo en un país desconocido, lejos de los que tanto quería.
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